Unidos por el dolor, o la historia de un domingo común
- Priscila Peñaranda Dávila
- 12 jun 2024
- 5 Min. de lectura

"¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?". Jesús, Juan 11:40
Si yo pudiera describir mis domingos por la mañana empezaría diciendo que, pese a la rutina, nunca se repiten del mismo modo. Casi imperceptibles, son un milagro que aparece cada siete días.
Si pudiera decir algo acerca de mí misma es que hay días en que soy mi peor enemiga.
A veces soy la antagonista, que no cambia y despierta con la misma mentalidad.
Despierto tarde y pienso, ingenua o incauta, que voy a llegar temprano (en realidad siempre pienso lo mismo, pero es una mentira y eso también lo sé).
Me justifico diciéndome: "Estoy cansada, la semana fue pesada".
Termino llegando tarde y me doy cuenta que soy mi peor enemiga. Pero allí estoy, esperando una respuesta de Dios a las oraciones desesperadas, a las decepciones y alegrías de la semana.
Allí estoy, una vez más, agradeciendo por las flores y las estrellas en los detalles.
Cuando empezamos la clase con los jóvenes, vuelvo a ver a los amigos que conozco desde los 16 o 17 años. Observo a los más pequeños con el corazón interesado.
A Mar le tocar enseñar la clase este día, el tema es la empatía. Comienza con una frase y me impacta como una bomba: "Tal vez no podemos comprender exactamente lo que está pasando en la vida de otra persona, pero aquí hay algo que nos une. Lo que nos une hoy es el dolor, porque todos hemos sentido dolor".
El tema inevitable de cualquier historia
Es un tema inevitable en la vida. El dolor. Una palabra tan pequeña, solo cuatro letras, pero que causa tanto temor.
Tenemos miedo a sentir dolor, pero cada día de la vida nos sentimos cansados después de la escuela o el trabajo; o estamos preocupados por nuestros sueños, a veces, cuando picamos fruta, nos cortamos sin querer y sangramos, sufrimos el tráfico, lloramos por relaciones que fallan, golpeamos el suelo cuando hay un mal diagnóstico en nuestra familia; y así, hay tantos tipos de dolor. Para cada día, hay una clase de dolor diferente, nunca se termina.
Ese domingo sucedió algo increíble. Quise agregar un comentario a la clase y recuerdo que les dije: "Olviden todo lo que les preocupa, o lo que tienen que hacer después de la iglesia, y observense unos a los otros. ¿Ya observaron más allá de ustedes mismos? Porque la empatía empieza ahí".
Una mano lastimada con una venda, un rostro ceniciento, las palabras de amor de un hermano hacia el otro que se habían mantenido en silencio.
Las lágrimas de un hijo que ve a sus padres envejecer, los labios temblorosos de una joven que está luchando por obedecer a Dios, aunque no lo entiende.
La tensión en los hombros de una niña que piensa que solo tiene una oportunidad para crear su futuro, las manos agitadas de un joven que sufre depresión.
La mirada sincera de otro joven que está aprendiendo a sentirse amado por Dios y la joven con expresión adusta que tiene miedo de no poder lograr sus sueños.
En todas esas situaciones, lo único que nos unía era el dolor. Entonces la empatía, cálida, rodeó al grupo y la teoría se convirtió sin rodeos en un experimento práctico. Terminamos dedicándonos un acto de amor generoso, orando unos por los otros; con un abrazo reconfortante y para concluir el día, helados.
Observar más allá de ti mismo
Pero lo que quiero subrayar de todo esto es que terminamos observándonos.
Observando más allá de nuestro propio dolor para unirnos y compartir el dolor del otro. Es una metáfora, pero sorbimos lágrimas y masajeamos hombros tensionados sin saberlo.
Apapachamos corazones sin haberlo pleaneado.
Así es Dios de increíble, que hace de cada domingo un nuevo milagro que no se vuelve a repetir de la misma manera. Y bueno, quien todavía no puede experimentar los domingos de esta manera, es porque no tiene los ojos abiertos para ver.
Así que por eso escribo estas palabras, para dar luz a lo que todavía no pueden experimentar la vida con Jesús así.
Sobre 'La Sociedad de la Nieve' y el dolor compartido
A propósito, acabo de ver, ¡por fin!, La Sociedad de la Nieve. Me di cuenta que, a modo de coincidencia, hubo un tema en común que reforzó la amistad de los protagonistas, los jugadores de rugby. En medio del esfuerzo por la superviviencia, el lazo que los mantuvo unidos y fuertes fue el dolor compartido.
Observar más allá de sí mismos. Compartir y unirse al dolor del otro. Al final, no había ninguna otra prueba que demostrara que verdaderamente que eran humanos después de lo que habían vivido.
Y al final, Numa les escribe una frase en un pedazo de papel, que originalmente es un conocido versículo que Jesús dijo: "No hay mayor amor que dar la vida por los amigos" (Juan 15:13).
Recordé las palabras impactantes de uno de mis amigos el domingo: "Yo daría mi vida por mi hermano, por mi hermana y por todos ustedes. Gracias a Dios puedo llamarlos amigos".
Cómo no estar conmovidos hasta las lágrimas. Cómo no sacrificar el deseo egoísta de despegar mis ojos de mí misma para observar a mi prójimo y unirme a su dolor.
El amor sí vence el mal
Recuerdo que les hice una pregunta: "¿Creen que el amor vence el mal?".
Todos me respondieron con una afirmación y es verdad. El amor de Dios vence el mal del dolor. Lo transforma y lo redime para que tenga propósito. Si el amor de Jesús no hubiera vencido el mal, nuestro sufrimiento no tendría sentido ni habría esperanza para lo inexplicable en este mundo.
El amor de Jesús sí vence nuestra inseguridad, nuestros errores, nuestro pasado, lo que nos averguenza, nuestra culpa, y le da sentido a nuestras lágrimas y a la injusticia de este mundo.
Si hay algo que tenemos en común los que seguimos a este Dios llamado Jesús, aveces incomprendido y despreciado por tantos, es que estamos unidos por el dolor. Él es el Dios que vino a compartir y vivir el dolor con nosotros. Isaías escribió que Él era "el hombre experimentado en el dolor". No era Dios experimentado en el dolor, sino era un simple hombre que sangró, sudó y lloró.
Cargó con todo el sufrimiento, y lo venció cuando resucitó. La promesa de que vendría un rey que curaría nuestras heridas y nos sanaría era real. Hoy sigue siendo real.
Ser Humano: Jesucristo
Los domingos son inexplicables y si pudiera terminar diciendo algo sobre ellos es que ellos me hacen amar más a Jesús.
Amo a Jesús por la empatía que tiene hacia nosotros. Lo seguimos en medio del dolor y la incertidumbre de nuestra experiencia humana, porque sabemos que Él es experto en ese tema que asusta; Él lo comprende mejor que nadie y Él, de maneras misteriosas, le da propósito.
Pero tambén tenemos esperanza. Estamos listos para los milagros y las maravillas cada día de nuestras vidas porque Él existe.
Y si observamos más allá de nosotros mismos, las maravillas nos encuentran en lo cotidiano, cada domingo con métodos más creativos.
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