The Scarlet Letter
- Priscila Peñaranda Dávila
- hace 3 días
- 3 Min. de lectura

¿Por qué pensaste que los claveles eran rosas?
Por qué.
Yo no pensé mucho, pero el vino adulterado se me subió a la sonrisa.
Y como si fuéramos amigos de toda la vida te vendí mi corazón y puse mis piernas en tu regazo. Tú te quedaste toda la noche sosteniéndome. No te importó pagar el precio.
No pensé mucho.
Yo elegí acariciar tu mejilla ese domingo y vi cómo la sangre pintó tus mejillas de tinto de verano. No había fronteras que nos separaran, ¿verdad?
Yo elegí.
Me quedé con tus lentes de sol y me los puse de noche. ¿Qué estaba pensando? Nunca me sentí más confundida. Nunca supe qué tan ciega estaba. ¡Advertencia!, gritaban todos en letras color carmín.
Pero yo...¡ja!, me quedé con tus lentes de sol.
Tú elegiste hacerme bailar, idas y vueltas, marearme... hasta que pudieras besarme. ¿Es eso lo que hacen los mejores amigos?
Tú elegiste.
No te perdoné, porque nunca olvidé que me hiciste llorar cuando me dijiste "mata a tu niña" mientras me abrazabas y yo te apuñalaba por la espalda. Es probable que no compraras mi libro por lástima, pero qué ingenua, lloré en la regadera.
Al principi, no pude perdonarte. Tú tampoco a mí, ¿no es así?
La sangre se escurrió en mis manos cuando me pusiste el anillo de oro en el dedo. Me compraste regalándome mis juguetes favoritos. Sugeriste que podíamos quedarnos solos en otro estado, donde pocos nos conocieran. Yo pondría The Alchemy en tu auto de fuga, ¿tanto me deseabas?
Luego me compraste ese lugar en el teatro, tan cerca de la gloria de tenerme; esa butaca, el escarlata más privilegiado. ¿Cuánto más empujarías límites y cruzarías fronteras para conquistar este corazón?
Querías cuidarme, pero yo fui la maldita Reina de Corazones que entendió hasta ese momento que me tendrías o me matarías, pero mis manos seguirían atadas. ¿No es el "princess treatment" una cárcel maquillada?
Seguro querías cuidarme.
Descubrí al fin tus más escondidas cartas escarlata. Tus planes para matarme mientras acariciabas mi mano debajo de la mesa. La foto con la que creíste que me conquistarías solo fue una advertencia más. No parecías el mejor tío ni el tipo más tierno cuando vi cómo le vendiste tu corazón a 10,000 espectadoras.
De ellas recibiste las rosas que yo nunca te di. Me alegra haberlas confundido con claveles.
Y luego, tu mayor vendetta porque no pudiste sostener mis límites. Me salpicaste de vino, se me manchó el vestido blanco de flores moradas que vestí la primera vez.
No te detuviste, me diste una última mordida en la carótida: secretos con la hermana en quien confiaba, mensajes, una invitación que te costó toda mi confianza. Te conté mis peores miedos y tú los hiciste realidad.
Me desangré y mientras me moría en mi cama ese día, grité al cielo: "¡Por qué carajo te di una oportunidad!".
Por qué.
Qué ciega estaba. Debí haber confiado más en mí. Debí haber saboreado el sabor agrio que sentí desde el principio. Parecía la víctima, pero no lo era. Nunca quise serlo.
Debí haberlo sabido. Que yo me iría, una y otra vez.
Que yo siempre me iría primero. Y eso elegí: me elegí.
Uno siempre aprende de las tragedias de la vida.
La lección para mí en esta ocasión fue que esta siempre fue una oportunidad para mí.
Esta siempre fue una oportunidad para perdonarme y perdonarte.
Ambos ganamos y pagamos el precio.
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