Danaus chrysippus
- Priscila Peñaranda Dávila
- 3 may
- 3 Min. de lectura

Ese sábado entró a la cafetería como quien se atreve a un primer beso. Las risas adentro le dieron un abrazo cálido. Todo era nuevo: el lugar, la experiencia… y, quizá, ella también.
¿El estilo elegante y las bugambilias del árbol en el jardín la hicieron sonreír? Creí ver sus mejillas sonrojadas. El sol se hacía pegostioso en su piel, pero el aire calmaba cualquier intento de incendio (en el interior y en el exterior).
Me vio pasar, pero creo que me confundió con una mariposa Monarca. Suelen confundirnos. Yo también tengo sombras, pero mis líneas y contornos son del color del fuego. No soy símbolo de migración, sino de transformación. Me llaman mariposa tigre... y no cualquiera se encuentra con una de nosotras. Somos señales.
Estaba a punto de recordarle que ella también estaba en su propio proceso de metamorfosis. La vi cansada. Cansada de tantos fantasmas. Los traía pegados a los talones. Algunos venían de decepciones pasadas, de esas donde uno pone el corazón sobre la mesa y lo dejan ahí, sin tocar. Otros eran dudas. Inseguridades. El eco de voces que le dijeron que no podía. Que no era suficiente. Que soñaba demasiado.
Me sostuve en su hombro, aunque también a mí me dolían las alas. “Hay muchos enemigos siguiéndote”, susurré, más para mí misma que para ella. Me alegra que no me escuchara. “Pero pon atención”, grité. Vi cómo ella veía el menú y se detuvo, sorprendida. Sonreí, juguetona. Seguro escuchó mi voz. “¡Alguien nos observa!”, espeté.
“Hay muchos ojos que te miran, querida... pero ahora mismo, hay unos frente a ti”, le dije. Ella me miró y abrió la boca. ¿Por qué me miraba así? Los animales también tenemos vida y expresión. No te encuentras a una mariposa de mi especie todos los días, valórame.
“¡Preciosa! ¡No yo!”, volví a gritar. “¡Frente a ti!”.
Sí, no podía creer que le estuviera gritando. Ignoró al gerente. Los ojos de ese gerente seductor. ¿Seductor era la palabra que ellos utilizan? No lo sé, pero la estaba seduciendo (¿se dice así?), como los animales cuando hacen bailes exóticos. De un lado para el otro, acomodando esto y aquello, pero ¡rayos! Una puede sentir esa electricidad desde kilómetros de distancia.
Y no era solo deseo, no. Él la estaba mirando como se mira una idea hermosa, como se observa una historia que no se quiere interrumpir. Él la vio. La vio de verdad. Vi cómo se volteó a mirarla, sin ninguna clase de vergüenza. Vio esa belleza honesta, alegre. Vi cómo sus ojos bajaban a su cuaderno, donde ella había escrito sueños con letra tímida. La estaba mirando por completo. Con respeto. Con sorpresa. Con esa emoción de quien no esperaba encontrar algo que brillaba.
“No tengas miedo”, me acerqué a su oreja y me froté las patas. “¡Habrá señales de que tu corazón está listo!".
"¿Qué eres?", me susurró ella.
“¡Una mariposa tigre de las lejanas tierras de África, preciosa! ¿Estás ciega?”. Ella abrió la boca más. Ignoró el milagro que tenía enfrente.
“Querida, concéntraaaaaate”, exclamé. “Estás frente a la puerta que no sabías que estabas buscando!”.
"¿Qué? ¿De qué estás hablando?", siseó.
Ella miró al frente y sus ojos se encontraron. Ella tenía ojos bonitos de tigre. Él, ojos oscuros de cuervo. Sonreí y expandí mis alas. ¡Ah! ¿Has sentido ese viento? ¿Ese viento que huele a comienzo? Yo solo fui la brújula.
Porque hay señales y hay milagros. A veces, se parecen tanto… que vuelan.
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